SONAICNA ED AICNEDISER
Empujó la puerta de cristal y caminó despacito hasta las escaleras. Tras encender un cigarrillo las bajó lentamente con una mano en la barandilla y la otra en el bolsillo. No había fumado nunca hasta bien entrados los 50, cuando decidió que todo le daba igual.
Sentado en el banco, noto que el sol le hacía cosquillear los dedos, como si volvieran a la vida, despertando del frío de los pasillos de la residencia, y aprovechó ese momento de desentumecimiento para abrir la cartera y mirar de nuevo, como cada día, de cada mes y de cada año, la foto de su María.
Más allá de las cataratas, le volvían a los ojos los colores, a los labios el sabor de su sonrisa, y a las mejillas el color de la sangre bombeada bien fuerte por el corazón. Lamentablemente aquellos pequeños placeres de recuerdo acababan siempre en la memoria de las discusiones, de la separación y del orgullo de "ya volverás", de no dar el brazo a torcer, de "Nunca es demasiado tarde".
Y en la vejez, el Alzheimer que le impedía recordar a veces siquiera su nombre, no quería endulzarle la vida y borrar aquella certeza de que mas allá de "Presente", "Pasado" y "Futuro", el peor momento que puede existir es "Tarde". Y que "Demasiado Tarde" siempre esta mas cerca de lo que uno cree.
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