Y es que lo que a mi me gusta es hablarte (que si, que me gusta cascar...).
Y que me hables.
Y mirar atentamente a tus ojos marrones y que sean tu.
Y mientras me escuchas, pensar en secreto "dibújame un cordero" y que entonces tu sonrías.
Saber que para ti es importante oir como pienso pagar esta hipoteca o lo que siento al tocar una estrella de mar (¿recuerdas?)
Y no es porque me importe especialmente lo uno ni lo otro, sino porque me importas tu.
Porque hablamos y al escucharte siento que piensas, como yo, que los niños de hoy en día siguen siendo unos locos bajitos, como los de antes, aunque quizás menos tiempo, o quizás menos niños.
Pero tu y yo tuvimos la suerte de crecer suficientemente poco, y así, a pesar de tener que ponernos de puntillas para alcanzar los platos de postre (¿puede haber algo mejor que tener que estirarse de puntillas sobre un solo pie para llegar hasta el postre?) tenemos esa inmensa suerte de saber encontrar en unas mantas el mapa del tesoro, en nuestras manos el laberinto hacia nuestra risa, y de saber convertir a saltos un charco en cualquier océano...,...bueno, en cualquiera...¡excepto en el pacífico!
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